Trece. Trece

Fue como si me hubiesen golpeado con un pesado mazo en pleno parietal haciéndomelo añicos. Estaba anonadado; Nicole había desaparecido de mi vida en extrañas circunstancias y algo en mi interior me decía que no la volvería a ver más nunca.

Siempre que el caos que gobierna el universo me juega una mala pasada, trato de ahogar las penas en alcohol. A primera vista nadie hubiera apostado ni un solo céntimo a que en aquel tugurio de mala muerte pudiesen contar entre su oferta de bebidas con ese capricho de los dioses que es la Cruzcampo Gran Reserva. En poco más de una hora me metí entre pecho y espalda la nada despreciable cantidad de 13 tercios de ese milagroso elixir, legado del Egipto antiguo. “¡Vaya! –me dije cuando, al pasarme la cuenta el tabernero, fui consciente del número total de cervezas que había ingerido en tan corto espacio de tiempo-, sin duda esta es una señal más de que hoy es uno de mis más jodidos días de la mala suerte”.

Los acontecimientos posteriores vinieron a demostrar que no andaba mal encaminado con tal apreciación. En el corto trayecto hacia las montañas –no sé si fruto de la ebriedad o de las lágrimas que empañaban mi mirada- me tragué una curva y fui a estrellar mi ya más que veterano Peugeot 309 contra un enorme roble. Notablemente aturdido por el golpe, tuve que continuar a pie. Comenzó a llover a cántaros. Cuando al fin, tras caer varias veces de bruces sobre el fango, conseguí –más que otra cosa, gracias al azar- llegar a mi aislada guarida, estaba completamente agotado.

Empapado hasta la médula, sólo tuve fuerzas para tumbarme en el sofá. Una vez más me quedé dormido o, para ser más exacto, sumido en un inquieto y febril sopor durante el cual no dejé un solo instante de darle vueltas a la cabeza, en una suerte de alocada recapitulación en torno a los enigmas a los que me enfrentaba.

¿Por qué los de la Agencia habían dado carpetazo con tanta celeridad al espantoso crimen de la SICAV? ¿Qué era lo que, en relación con tan abominable crimen, se había estado cociendo en el italiano de la 3ª con la 5ª, ese que todo el mundo confundía con el de la 2ª con la 7ª? ¿Quién demonios podía ser la misteriosa mujer pantera que vislumbré fugazmente en aquel callejón oscuro junto a uno de aquellos restaurantes? ¿Quién se ocultaba tras la falsa identidad de Marcus F. Logan? ¿En qué maldito lugar tenía su escondrijo? ¿Qué pretendía de mí Teresa Salame nieta? ¿Qué le podía haber sucedido a Pelusa Peter? ¿Qué sórdidos asuntos permanecían ocultos entre las inextricables penumbras del pasado de las otras dos Teresas? ¿Vería algún día publicada mi novela? ¿Y aquel poemario póstumo, cuánto tiempo me llevaría, si es que alguna vez lo lograba, descifrar sus enrevesadas metáforas? Joder, aún no había ido a abonar a L. el poemario que, sin mediar palabra, me llevé apresuradamente de “La Huída”. ¿Quién se me había adelantado en la casa del poeta y, sin duda alguna, se había apropiado del poema o los poemas que no habían entrado a formar parte del poemario póstumo de C.B,? ¿Quizás la misma persona que había estado a punto de sorprenderme allí esa misma noche? ¿Se encontraba en ese o esos poemas perdidos una de las piezas clave que me faltaban para componer tan complejo rompecabezas? ¿Cuál era el nexo de unión entre aquellas dos copias de “El triunfo de la muerte” que dominaban el despacho de C.B. y el picadero de la libidinosa Salame? ¿Quién o quiénes aparecían en la fotografía que había sido sustraída del estudio del finado? ¿Qué había sido de Pirulo? ¿Quién era aquel enorme capo, aquel mafioso odioso, aquel grandísimo hijo de la gran puta con el rostro picadito de viruela? ¿Y Nicole, quién era realmente Nicole, la hermosa y dulce Nicole, mi amada Nicole? ¿Quiénes los impúdicos amantes de Teresa Salame nieta? ¿Por qué leches había decidido regalar un ejemplar de “como gato panza arriba” por cada compra de un lote de embutidos? ¿Quién era aquel misterioso poeta de cuya relación con Teresa Salame abuela había sido invitada a entrar en este patético mundo Teresa Salame hija? ¿Quién fue el origen del despecho que llevó a esta última a suicidarse? ¿Y cuál el motivo de la profunda melancolía que acabó con la vida de su madre? ¿Por qué cojones había soñado con un dinosaurio la noche anterior? ¿Cómo era posible que en aquella taberna sin apenas clientela de Dogville sirviesen Cruzcampo Gran Reserva? ¿Por qué, por qué, por qué me había abandonado Nicole, dejándome sumido en la desesperación y la miseria? Preguntas y más preguntas que no dejaban de atormentarme y para las que aún no había hallado una sola respuesta satisfactoria.

Y luego estaba el embarazoso asunto de Susan Martin. Aquella hija de puta me la había jugado bien. Había destrozado a un tiempo mi corazón y mi prometedora carrera en la Agencia. Tras 13 meses de estar follándome a diario como una posesa, de sus jueguitos con bolas chinas, esposas, vibradores, látigos, nudos filipinos y lubricantes de sabores exóticos, me había ido a poner los cuernos con el mismísimo director de la Agencia, A.C. Married, y gracias a tal infidelidad había terminado ocupando el puesto de coordinador jefe de investigación de asuntos insólitos, cargo que, unas semanas antes, me habían comunicado que yo pasaría a desempeñar en breve. Sí, aquella maldita zorra fría y calculadora, aquella abominable arpía, había utilizado a la perfección sus encantos para liquidar dos pájaros de un tiro; de una parte el competidor, de la otra el amante del que, dada su renombrada promiscuidad, ya parecía haber comenzado a cansarse. Por su causa, ya no me importa confesarlo, abandoné la Agencia y por su causa estuve a un paso de la locura como consecuencia de la suicida adicción a la bebida tras la que quise enmascarar aquel tan doloroso desengaño amoroso. Y ahora que lo creía superado, que lo había borrado de mi memoria, aparecía de nuevo en mi vida con sus largas piernas, sus grandes ojos verdes, su larga cabellera negra como la noche, sus glúteos propios de una Venus Calipigia y aquel magnífico par de tetas operadas.